Tal vez una revisión a las caídas desde lo alto de un árbol cuando un niño o una niña juegan tenga más razón de sanar la cicatriz en los huesos y en los tendones: asociarlo a la falta de cercanía con el árbol que nos sostiene en el columpio, o al sonido del ave que en el árbol tiene un nido lleno de pequeñas avecitas que se van a encargar de alegrarnos la vida ahora que los dolores parecen constantes.
Levantar la vista ante un árbol es el elevador y vía para mirar las nubes a las que he olvidado desde que puedo ver cientos de fotografías que me recuerdan un cementerio de recuerdos.
Yo no sé mucho de psicología pero que alguien hable sobre mi dolor de espalda sería contraproducente para sanar lo que parece ser una añoranza y no una enfermedad o padecimiento.
Yo veo el mundo como el mundo me ha visto y siempre lo he visto desde el piso donde he caído mientras creía volar.
Tal vez mi interes por las alas y el vuelo por las mañanas no tenga que ver con angeles sino con esas pequeñas aves con las cuales crecí pensando que eramos distintos y ahora entiendo que entre más alejado este de la sociedad es cuando más feliz y sano podría ser.
Vuelo especial
Victor Alcázar